La clave del experimento chileno ha sido que las plantas no reciben el agua por arriba, sino que el agua les llega desde abajo por una propiedad llamada capilaridad. Las ingenieras agrónomas colocaron las hortalizas en tres niveles: unas con 40 centímetros de tierra debajo, otras con 80 y las últimas con 110 centímetros. El agua marina corría por debajo de ellas. "El ascenso capilar es una propiedad de los líquidos. El agua comienza a ascender y las sales quedan retenidas en el sustrato (la base sobre la que se ha plantado)", ha explicado la directora del proyecto, Natalia Gutiérrez Roa, en un comunicado de la Universidad.
Las mejores acelgas fueron las que estaban más cerca del agua, que llegaron a crecer hasta medio metro. En cambio, los mejores tomates fueron los del nivel más alto, que dieron plantas de hasta 70 centímetros. El experimento se hizo con estas hortalizas porque son las más tolerantes a la salinidad, pero pronto habrá pruebas también con albahaca y quinoa. Las verduras del experimento resultaron, además, más nutritivas que otras, porque el agua de mar es rica en minerales que la agricultura moderna agrega con fertilizantes.
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