El biosensor combina estructuras micromecánicas de silicio con nanopartículas de oro, que funcionan con anticuerpos específicos al p24. El suero es incubado sobre ese sensor durante una hora y, al final del ensayo, los antígenos de HIV-1 —si los hubiera— se quedan atrapados a modo sándwich entre las partículas de oro y el silicio. Javier Tamayo, que trabaja en el Instituto de Microelectrónica del CSIC, explica que la combinación de esas dos estructuras produce señales ópticas y mecánicas de "extraordinaria sensibilidad" para detectar el virus. "La sangre tiene más de mil proteínas diferentes e intentar detectar una cantidad tan pequeña de antígenos es como buscar una aguja en el pajar", comenta el investigador.
"El uso de los biosensores no tiene limitaciones", sostiene Tamayo, quien cree en el futuro esa tecnología puede fusionarse con los teléfonos móviles, para que esos aparatos simplifiquen los diagnósticos.
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